Desde pequeña se dio cuenta que podía leer señales, cosas que le rodeaban y que le anunciaban eventos importantes.
Aprendió a estar siempre alerta.
Por eso le dijo NO a los 27 hombres que le propusieron matrimonio en ese pueblo donde solo quedaban 28 solteros. El cura, no contaba.
Las mujeres se hacían cruces a su paso, pensaban que solo alguien con un embrujo encima podría rechazar el Santo Matrimonio. Su Madre tenía los ojos secos de tanto llorarle a ella para que entrara en razón y a todos los santos para que obraran el milagro de casar a su hija con quien fuera. "Hija mía, qué harás en esta vida sino es casarte? Eres bella, todos se quieren casar contigo, hazlo por nosotros, por la honra de tu familia, di que sí, a cualquiera, tienes de donde escoger" esas palabras siempre seguían con apretón de la madre al rosario que llevaba en la mano desde que descubrió que no tenía ningún poder sobre su hija. "Si tu padre viviera, ahorita mismo estarías en el altar, diciendo sí quiero, te aprovechas porque soy una vieja débil y sin fuerzas para hacer lo que Dios y la Iglesia mandan, hacer de ti una mujer de bien, casándote"
Carmen no respondía nada a los llantos de su madre, sabía que tenía esa batalla ganada porque ya lo había visto en señales, nada ni nadie la obligaría a casarse con ninguno de esos 27, ninguno de ellos eran para ella. Lo sabía.
Pero se le hacía imposible hacérselo entender al resto del pueblo, ni menos a su familia, ni a sus amigas, por eso con los días todo el mundo decidió darle la espalda, y así pasaron los meses y luego los años. Carmen dejó de ser una niña en edad de casarse y pasó a ser una vieja solterona. En 1931, una mujer con más de treinta años, soltera, en un pueblecito latinoamericano de apenas 200 habitantes ya era una vieja solterona, lo quisiera o no.
Carmen nunca lo quiso, aunque le daba igual que la llamaran así.
Pero un día todo empezó a cambiar.
Al cumplir los 32 Carmen comenzó a ir casi todos los días a la única tienda del pueblo que vendía todo lo que una novia de ese pueblo soñaba, a la dueña le incomodaba su presencia porque ver a una vieja comprando cosas que son para jóvenes le molestaba mucho, hasta el día que vio un negocio rentable con Carmen que no solo elegía lo necesario para la boda y la casa, sino para sus futuros viajes alrededor del mundo. Lo tenía todo tan planeado que a la mujer de la tienda le daba un poco de lástima por esa vieja solterona que la locura le hacía soñar con matrimonio, bueno, no la suficiente para dejar de aprovecharse de ella porque al final, el cliente siempre tenía la razón y ella se encargaba de proveer todo lo que Carmen pedía, con su boca cerrada, porque en boca cerrada no entraban moscas, pero sí dinero.
Nada había cambiado en los últimos quince años, esos quince años que Carmen había tenido que escuchar cuchicheos en las esquinas, renunciar a amigas, a tardes de té y bordados, pero ella lo aguantaba todo porque sabía muy bien cual era su futuro, lo vio cuando tenía doce años, una noche de abril mientras se bañaba en el río, era una noche de luna llena, una de esas tantas noches que lograba escaparse de su madre y encontrarse con su vida, fue esa noche con la luna resplandeciendo sobre el agua que sintió un escalofrío y el río por primera vez le habló, habían pasado ya veinte años pero ella no lograba olvidar cada palabra, cada sentencia:" Niña, una noche de luna llena, dentro de veintiún abriles, él llegará, espéralo", Carmen se estremeció pero no dudó ni por un momento que eso, lo que decía el río, era lo que tenía qué hacer.
Y así lo hizo hasta aquella noche de abril, de luna llena, a sus 33 años. Caminó al río temblando, era el momento que llevaba esperando durante mucho tiempo. No tenía miedo a la oscuridad, ni a los ruidos de animales que en aquel monte se hacían más intensos. Ella caminó y caminó, sabiendo que allí, en el río, le esperaba su futuro, ese futuro que ya conocía desde el pasado.
Al llegar al río no vio nada, no se asustó, sus señales nunca fallaban, esta no sería la excepción, miró a un lado y a otro, nada. Decidió sentarse en la orilla del río a esperar. No le importaba esperar unas horas más cuando ya lo había hecho por tantos años. Se fijó en la luna y todo lo que el agua brillaba por ella, siguió su reflejo y gracias a ello notó algo que flotaba en el agua, "es él" gritó, y sin pensarlo dos veces se lanzó al río nadando hasta alcanzarle. Sacó fuerzas de donde pudo para arrastrarle de vuelta a la orilla mientras nadaba, lo logró. Le dio respiración boca a boca, lo que no consideró un primer beso, ese vendría después, el hombre volvió en sí y diciendo cosas en un idioma que Carmen no conocía arrancó de Carmen la primera sonrisa regalo de sus vidas. Ella le dijo que se calmara, estaba segura que él le entendía, le dijo que ya volvía con ayuda, que no se desesperara, que estaría bien. Carmen corrió lo más rápido que pudo, llegó a su casa y entrando en la habitación de su madre le dijo: " corre Madre, mi futuro esposo está herido y necesita que le ayudemos, busca toda la gente que puedas" , " de qué hablas hija, ahora sí que te me volviste loca mi hijita" dijo la madre, " no tengo tiempo para explicaciones, si buscas ayuda y me sigues al río te prometo que me caso", la madre de Carmen pensó que los caminos de Dios siempre son misteriosos y concluyó que quizás era aquel el milagro que tanto años llevaba pidiendo. Corrió a buscar ayuda y una vez todos juntos en el centro del pueblo decidieron seguir a Carmen hasta el río, muchos de los acompañantes iban a regañadientes, hasta que en la penumbra de la noche vieron a un hombre tirado a orillas del río, tal cual como lo había descrito Carmen.
"Es él" gritó Carmen, y a su madre el alma le volvió al cuerpo por primera vez en muchos años.
Y sí, era él, Henry Williams, un inglés aventurero y millonario que había venido a una latinoamérica para la que no estaba preparado, por ello había terminado grave en las aguas que le condujeron a Carmen, luego de que un grupo de piratas caribeños se hicieran dueños a la fuerza de su barco y algo de su dinero. Pero no le mataron. Todo lo contrario, le dieron la vida porque Henry encontró la vida con Carmen. Luego de meses de curas y mimos, se casaron.
Fue la mejor boda que hasta el día de hoy se recuerda en aquel pueblo.
Murieron viejitos, muy viejitos, rodeados de hijos, nietos y bisnietos a los que hicieron muy felices.