Entre papelillos, caramelos y serpentinas
Así me recuerdo de niña durante la época de Carnaval en la Caracas de mi infancia.
Pero sin disfrutarlo completamente...
Intentaba recordar algún disfraz que haya usado durante la época de primaria que no fuera el de Reina, y sé que voy a sonar antipática pero aún así asumo el riesgo, no recuerdo ninguno porque desde el primer al último grado siempre me coronaron Reina del salón, si tuve la dicha de poder usar algún otro disfraz fue solo en las obras de teatro o musicales que hicimos en primaria, pero nunca durante Carnaval, durante esa fecha me tocaba sentarme y aburrirme como una ostra en el medio del salón, en un puestecito que siempre reservaban para quien según todos los niñitos (porque sí, cruelmente para el resto de mis compañeritas eran los chamitos del salón quienes decidían) era la niña más indicada para llevar corona, banda y cetro.
El primer año que me eligieron, sinceramente, me pareció algo muy bonito y aunque me cuesta reconocerlo ahora, me hizo sentir incluso especial, porque además con esa edad yo nisiquiera pensaba en el daño que podía causar al resto de las niñas a las que en cierta forma había ganado en algo, yo simplemente lo vi divertido y me dediqué a disfrutar el rol que me habían dado, un papel aburrido, sí, pero era algo diferente y lo novedoso lo hacía interesante . Pero cuando que te coronen año tras año empieza a ser común y te toca sentarte y por órdenes de la maestra "SIN MOVERTE que yo te traigo lo que necesites" pues empiezas a odiar que así sea, le agarras manía a la corona y hasta llegas a apagar la tele cuando transmiten el Miss Venezuela y suena lo que es casi un himno para todos los venezolanos " en una noche tan linda como ésta cualquiera de nosotras podría ganar" y era eso mismo, ganar, lo que yo ya odiaba, por eso ponía esa cara de lástima al ver a aquella compañerita de clases que siempre tuvo la suerte de "no ganar" e incluso llegó a ponerse el disfraz de mis sueños, el de la Mujer Maravilla.
Yo les juro que dos semanas antes de Carnaval, que era cuando hacían la bendita elección, rezaba a todos los santos para que no me tocara, me despeinaba antes de entrar a clases e incluso llegaba a rayarle los cuadernos a todos mis compañeritos para que me odiaran, pero no sé si era mi olor natural de aquella época o qué, los muy condenados terminaban votando por mí, sin importarles nisiquera cuántos chiclets les había pegado en el pupitre de todos y cada uno, y miren que me costaba masticarlos todos, me dolían los dientes por días.
Y sí, sé que mi relato suena raro e incluso creo que hasta pedante para quien siempre estuvo del otro lado, pero no es así, abro mi corazón hoy para confesarles uno de mis traumas de primaria que me temo me acompañará por toda la vida y es el no poder haber usado durante mi más tierna infancia el disfraz que me diera la gana, sino aquel que me impusieron siempre. Menos mal que en la Secundaria éramos todas niñas y no tuve que pasar por ningún concurso más ( ah sí, el de delegada del salón que gané varias veces y odié tanto que en la Universidad ni muerta me postulé, pero ese no cuenta como trauma)
Es por eso que el pasado sábado, cuando me pude disfrazar de Vampira, fui la mujer más feliz del mundo, porque al hacerlo, es como si me hubiera desquitado de alguna forma de todos esos carnavales donde entre papelillos, caramelos y serpentinas, no podía disfrutar todo lo que quería sino que me tenía que aburrir viendo a los demás gozar un mundo, y yo señores, me pregunto que habrá sido de aquella niña que sí podía llevar el traje de " mujer maravilla"?.
Besos para todos. Disfruten lo que queda del Carnaval.